Soda Stereo en modo ABBA: ¿hologramas, nostalgia o simple negocio?

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Cinco funciones en el Movistar Arena volaron en horas. El regreso de Soda Stereo se vende como experiencia inmersiva, con Gustavo Cerati recreado digitalmente. Tecnología, nostalgia y polémica en partes iguales.
 

El rock latinoamericano nunca había visto algo así. La propuesta de Charly Alberti y Zeta Bosio no es un simple regreso ni una reedición de “Gracias Totales”. Esta vez apostó a algo que se vende como revolucionario: un espectáculo con Gustavo Cerati recreado digitalmente, al mejor estilo ABBA Voyage. No será un holograma común, sino una mezcla de registros de audio y visuales capaces de “traer de vuelta” a su líder. Lo irreal como real. ¿Y quién no querría ver de nuevo a Gustavo en el escenario, aunque sea de esta manera?

 

La idea es clara: un show que no se limita a proyectar recuerdos, sino que intenta fabricarlos de nuevo. El marketing lo dice con todas las letras: “Cerati, Zeta y Charly juntos otra vez”. El truco tecnológico está ahí para hacer que la frase sea posible. Y funciona, porque en tiempos donde los festivales venden “experiencias” más que recitales, Soda Stereo se anota en la carrera de lo inmersivo.


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El público respondió como se esperaba: con ansiedad y billetera. En cuestión de horas, cinco Movistar Arena se agotaron como si fueran pan caliente en la puerta de un recital de garage. Marzo, abril, junio… todas las fechas vendidas en un suspiro. La nostalgia es un negocio redondo, y nadie quiere quedarse afuera del ritual de revivir algo que ya no existe. ¿O sí existe?

 

Aquí aparece la primera lectura. La del entretenimiento como producto de consumo. Ya no se compra un recital, se compra un souvenir emocional. Una entrada que promete, por unos minutos, volver a los 80 y 90, a esa época dorada en la que Soda estaba vivo y definía la banda sonora de medio continente. Es un viaje en el tiempo que no puede durar más que la duración del show, pero que igual se vende con éxito. ¿Hay que soltar o hay que entregarse?

 

Y seamos honestos: al final, si las cuentas cierran y los fans se van felices, ¿qué más da? El rock siempre fue también un negocio. ¿Por qué escandalizarse ahora? Se paga por lo que se consume, y si el producto es nostalgia empaquetada con luces LED, bienvenido sea. Alguien dirá que la música se volvió un bien material más, y que esto no es más que otro ejemplo. Quizás. Pero las entradas igual se agotaron.

La otra postura es mucho menos complaciente. La de quienes ven en esta jugada una falta de respeto al espíritu del rock. Para ellos, Gustavo Cerati no debería ser duplicado, pasteurizado ni mucho menos vendido como una recreación digital. Lo consideran un sacrilegio: una puesta en escena que reduce al mito a un archivo manejado por software. Y en ese mundo conservador, la opción más digna era clara: no tocar más y listo.

El argumento se sostiene en algo profundo: ¿qué significa la autenticidad en el rock? Si la banda ya no existe, ¿no es más honesto dejar que la memoria siga su curso? Reaparecer en formato digital, dicen, no honra a Cerati, sino que lo convierte en un producto de laboratorio. La historia debería permanecer cerrada, sin añadidos artificiales. En este caso, menos sería más.

 

En el fondo, el debate es simple: ¿queremos seguir pagando por recuerdos reciclados o preferimos aceptar que el tiempo ya pasó? La tecnología permite el milagro, pero el rock siempre se resistió a lo artificial. ¿Qué pesa más, la emoción de volver a escuchar un Soda “en vivo” o la certeza de que lo que vemos es apenas una ilusión bien producida?

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Quizás la pregunta que queda flotando es la más incómoda: ¿cuánto hay de homenaje y cuánto de negocio en esta nueva etapa? Soda Stereo siempre fue sinónimo de vanguardia, de mirar hacia adelante. Hoy, sin Cerati, lo que se ofrece es una simulación. Puede ser mágico, puede ser polémico. Pero seguro no es inocente. Y ahí, entre la fascinación y la incomodidad, se juega la última gran gira de la banda más grande del rock latino.